La importancia de ser franco

Si uno busca la definición de franqueza en el diccionario, se encuentra con sinónimos asociados a la honradez, la transparencia, la claridad, y la neutralidad, palabras en positivo y asociadas con comunicar de forma clara y directa. En resumidas cuentas, ser franco es hablar con la verdad.
Desde luego que resulta siendo la franqueza una virtud que pocos tienen, pues en el mundo del hoy han perdido valor la palabra y los argumentos, e impera la superficialidad por encima de las calidades humanas. No hay mucha franqueza en la mayoría de las relaciones interpersonales, ni en las laborales, y mucho menos hay franqueza en el mundo político en donde cada uno suele tener una estrategia con tal de ganarle al otro y no cederle terreno, como en un juego de ajedrez.
Lo que es peor, hoy en día ser franco y hablar con la verdad, pareciera estar considerado como una afrenta para algunas personas. Hablar sin tapujos o llamando a las cosas tal cual, por su nombre, a veces es malinterpretado y comparado con ser “problemático” o “imprudente” y la connotación de la palabra termina siendo negativa sin serlo. Desde luego que ser franco necesariamente debe estar relacionado con el respeto. No se puede ser franco sin ser respetuoso, porque quien suele ser franco, también suele caer a veces en no usar las formas correctas.
Y quiero asociar hoy aquella palabra, para referirme a otra clave como la de la amistad. Ojalá todos los amigos tuvieran la franqueza necesaria para decirnos cuando nos equivocamos, y ojalá los demás tuviéramos la madurez necesaria para entender que esa franqueza no es un ataque personal, sino un mal necesario que fortalece el carácter y desde luego la amistad. Hoy también es común que se le diga “amigo” o “amiga” a cualquier persona conocida, y aquello es un error, porque no todo aquel que nos sonríe o nos habla bonito, es nuestro amigo. Los amigos son aquellos quienes incomodan con las verdades, y no quienes aplauden cada cosa que hagamos o decimos. De eso también se trata ser franco.
Y cuando hablamos de política, sí que deberíamos desear un político que sea franco. Que cumpla lo que promete, y si no va a cumplir, que entonces no prometa. Que sea coherente con su discurso y con sus acciones, porque por fortuna para los ciudadanos, cada vez es más fácil detectar al que engaña y al que miente.
En Colombia necesitamos políticos francos, en el Tolima necesitamos líderes que hablen más con verdad, y menos con retórica. Necesitamos más políticos cercanos a la gente de a pie, y menos subidos en camionetas 4x4. Queremos ver alcaldes, alcaldesas, gobernadores y gobernadoras, más como la gente corriente, y menos como los hoy mal llamados “influencer” que solo visten Gucci, Carolina Herrera, y Louis Vuitton. De eso también se trata ser franco, pero, sobre todo, necesitamos más políticos buenas personas, y menos de aquellos que no conocen la honradez, la transparencia y todo aquello que rodea la franqueza, pues lo contrario a ello es la apatía, la mentira, el engaño y la arrogancia, de la que algunos líderes políticos en el país y particularmente en Ibagué, suelen sentirse contentos y orgullosos.