Polarización política: centro, derecha, izquierda ¿Cuál es el camino para Colombia?

Las ideologías, aunque debilitadas en su pureza original, continúan siendo marcos de referencia para entender cómo piensan los gobiernos, cómo actúan los partidos y qué clase de futuro se ofrece a los pueblos. Desde Europa hasta América Latina, desde las democracias más estables hasta los regímenes autoritarios, las tendencias ideológicas siguen marcando la pauta, generando polarización y dividiendo sociedades enteras.
A nivel internacional, el tablero político muestra un panorama cambiante. En Europa, la ultraderecha avanza en Francia, Italia y Alemania, capitalizando los temores frente a la migración y la inseguridad, mientras que la izquierda radical mantiene espacios en países como España, apelando a la redistribución y a las luchas sociales. En América Latina, el péndulo ideológico se mueve sin cesar. La izquierda gobierna en Venezuela, Brasil, México, Chile y Colombia, con discursos que privilegian lo social, pero cuyos resultados en materia de seguridad, inversión y estabilidad económica generan cada vez más dudas. En contraste, la derecha ha retomado poder en Argentina con un estilo disruptivo, en Ecuador con un discurso de mano dura, y en El Salvador con la bandera del orden y la seguridad, en un modelo que muchos critican por autoritario pero que cuenta con amplio respaldo popular. La lección que dejan estas experiencias es que las ideologías sin resultados tangibles pierden fuerza rápidamente. Lo que los ciudadanos buscan no es una etiqueta, sino hechos concretos, seguridad en sus calles, aumento de la inversión privada, competitividad, estabilidad económica, empleo digno, servicios públicos eficientes y un horizonte de estabilidad para sus hijos.
Colombia, en medio de esta coyuntura global, vive su propio drama ideológico. El actual gobierno, de corte de izquierda, ha intentado vender la idea de una transformación estructural basada en la justicia social, la redistribución y la búsqueda de una paz total. Sin embargo, la realidad ha sido menos alentadora. Los cultivos de coca han crecido, el narcotráfico se mantiene como un monstruo incontrolable, y los territorios siguen bajo el dominio de grupos armados y una delincuencia narcoterrorista jamás vista. El discurso internacional del gobierno, cercano a regímenes de dudosa credibilidad democrática, ha puesto al país en posiciones incómodas frente a sus aliados estratégicos. Y en materia económica, la incertidumbre y la desconfianza de los inversionistas amenazan con frenar el desarrollo en un momento en que Colombia necesita crecer para generar empleo y reducir la pobreza.
La oposición, por su parte, no ha logrado construir una alternativa convincente. La derecha se ha mostrado excesivamente prudente, casi pasiva, aferrada a la institucionalidad, pero incapaz de encender el espíritu de un pueblo que reclama contundencia. El centro, que debería ser la voz de la sensatez, no logra vender un relato emocionante ni generar confianza en su capacidad de gobernar. La multiplicidad de candidatos sin ideología definida ni propuestas transformadoras solo profundiza la sensación de vacío político. Mientras tanto, el país asiste a una especie de espectáculo donde abundan las palabras, pero escasean las soluciones.
La polarización política en Colombia se convierte así en un terreno estéril. La izquierda insiste en su retórica de justicia social, pero sin resultados palpables que respalden sus promesas. La derecha se refugia en su decencia institucional, pero no logra mover las fibras de la ciudadanía. El centro se presenta como alternativa, pero transmite más confusión que esperanza. En este panorama, el ciudadano de a pie se pregunta ¿Vale la pena seguir creyendo en estas ideologías, o es hora de exigir un liderazgo más pragmático, menos atado a etiquetas y más comprometido con resultados reales?
El dilema de fondo es si Colombia quiere seguir atrapada en la guerra de narrativas ideológicas mientras sus problemas estructurales se agravan. La inseguridad, el narcotráfico, la falta de oportunidades y la desconfianza en las instituciones no se resuelven con discursos de izquierda ni de derecha, sino con políticas efectivas, liderazgo firme y una visión de país clara. Lo que la gente quiere no es más ideología, sino esperanza; no es más polarización, sino rumbo; no es más división, sino un proyecto nacional capaz de unir, de dar certezas y de abrir caminos hacia el futuro. Como bien lo diría Deng Xiaoping en la China comunista de los años 60: “No importa si el gato es blanco o es negro, lo importante es que cace los ratones”, que sea blanco (capitalista) o negro (socialista), lo que debía importar no era la ideología, sino la eficacia para sacar a la gente de la pobreza y hacer progresar al país.