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Tolima
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Una desbandada apocalíptica

Uno de los primeros periodistas en llegar al lugar de la tragedia fue Arnulfo Sánchez que para la época trabajaba como corresponsal de El Tiempo en Ibagué. El siguientes es su relato telefónico desde la población de Lérida, a 10 kilómetros de Armero.
13 Nov 2016 - 19:40 COT por Ecos del Combeima

Salimos a las 5:15 de la madrugada. Nos encontramos en Lérida a 10 kilómetros de Armero y nuestro propósito era llegar hasta el centro de Armero. Del grupo hacían parte el alcalde de Lérida, José Isaac Rodríguez Méndez, algunos socorristas y un periodista colega de Ibagué.  

A los pocos kilómetros de la salida de Lérida donde se instaló el cuartel de socorro, el lodo había invadido las fincas a lado y lado de la carretera. 

Avanzamos hasta un lugar llamado la “Y”, donde se bifurca la carretera que va a Armero, Líbano y Cambao, pero el río de barro nos amenazó. Venía con furia doblando rastrojos. 

No faltaban 500 metros para coronar nuestro objetivo. Todo estaba cubierto de una masa espesa, negra y con fuerte olor a petróleo. Bien al fondo se veía el Club Campestre protegido por muros de contención.

“Devuélvanse” gritaba el alcalde. “Viene otro ataque. Hubo momentos de confusión, nos dio miedo y regresamos a Lérida. 

A las 8:30 de la mañana pudimos llegar a la “Ye”. 

Nos metimos a la boca del lobo. El lodo nos daba hasta la rodilla. Era como un monstruo. No se podía seguir. Teníamos al frente un fangal inmenso, cubierto por una capa negra, densa y tenebrosa. 

Encontramos gente que se la trababa el barro. Movían las manos desesperadas pidiendo auxilio y se convulsionaban con desesperación. Impotentes mirábamos el espectáculo de la muerte. La cruz roja y los socorristas que estaban cerca de nosotros parecían con ganas de llorar porque no podían hacer nada para ayudar a esos pobres infelices. 

Por los cerros la gente bajaba como en romería buscando la carretera. Mujeres con niños en brazos. Muchos lloraban porque tuvieron que dejar a seres queridos sepultados por el barro. Mujeres embarazadas, desenas de personas angustiadas, fatigadas, en un desbandada apocalíptica. 

Una mujer llegó al sitio, le contaron lo sucedido en Armero y exclamó: “ahhh, todos murieron…” Enseguida cayó al fangal y empezó a revolcarse presa de la desesperación. No supimos que pasó con ella.

Hacia el fondo se notaban punticas rojas de los tejados de las casas, copitos de árboles. Las edificaciones eran cubiertas por una capa supremamente gruesa, impresionante. 

No vi la iglesia. No veía el pico. No sé si fue derribada. El fangal tenía una altura de varios metros. 

Todo era desolación. No había señales de vida. Ni una esperanza…

Permanecimos allí varias horas. Llovía fuertemente y caía arena. 

Pero no había a quien entrevistar. Quién nos da una declaración nos preguntamos con el colega. “Nadie” me dijo. “Aquí solo hay muertos”.

Regresamos al medio día a Lérida. Atrás quedó el lodo, la desolación, la muerte… 

La lluvia de agua y arena no paraba…