2026: cuando nos la jugamos toda
En Colombia solemos despedir el año entre fiestas y pequeños gestos: comerse a la carrera 12 uvas que llevan sueños, la maleta alrededor de la cuadra para materializar oportunidades, quemar un “año viejo” para dejar atrás los problemas vividos. Son actos que dicen mucho de lo que somos: un país resiliente, que incluso en la dificultad, insiste en la esperanza. Pensando en 2026 y al sentarse a la mesa de fin de año, propongo algunos caminos de la Colombia que deberíamos ser.
Que sea un año de participación democrática masiva, donde la gente vote por convicción y no por clientelismo o por el dinero de mafias. Un año en el que logremos unidad en la diversidad y superemos la camorra inutil entre quienes creen en las libertades, los deberes y derechos, la democracia y la defensa de las instituciones. Colombia necesita menos pelea y más acuerdos mínimos sobre lo fundamental.
Que 2026 sea un año de liderazgos íntegros, capaces de proyectar esperanza y narrativas optimistas, sin negar la realidad pero sin insistir en el resentimiento. Menos discursos de odio y más construcción desde la bondad y el profundo sentido solidario del colombiano. Gobernar no puede seguir siendo un ejercicio de confrontación permanente ni de descalificación grosera y peligrosa del que piensa distinto.
Que no se abuse de los estados de excepción ni se “fabriquen” emergencias económicas para gobernar por decreto, desconociendo los criterios constitucionales. Que se respete la independencia de las ramas del poder público, la dignidad de la fuerza pública y el papel democrático de los medios de comunicación. Que espacios técnicos e independientes como el banco central o el CARF no sean atacados por hacer su trabajo.
Que sea un año en el que disminuyan la extorsión, los homicidios, la violencia social y el secuestro, y en el que dejemos de ser permisivos con la producción y comercialización de coca. Que no sigamos transitando de una “paz total” a una “paz narca” que glorifica criminales y erosiona la moral social como en “La Alpujarra”. La paz verdadera exige verdad, justicia, reparación y no repetición.
Que en 2026 regrese la macroprudencia. Que la deuda y el déficit no lleguen a máximos históricos y que se gobierne con responsabilidad para no heredar debacles fiscales. Que no siga creciendo la burocracia estatal ni los contratos pensados para clientelas políticas, mientras asfixiamos al sector productivo.
Que dejemos de atacar al empresariado con ideologías del “decrecimiento” y recuperemos la inversión privada como motor de empleo y crecimiento. Que no caigamos en la narrativa falsa de que todo va bien por algunos indicadores coyunturales, mientras se profundizan problemas estructurales, aumenta la informalidad y se incuban riesgos como un apagón energético.
Que se enfrente seriamente la crisis en salud, sin el “Shu-Shu-Shu” que destruye hospitales y restringe el acceso a medicamentos. Que retomemos una transición energética ordenada, con rigor técnico en la CREG y señales claras para la inversión. Que reconstruyamos relaciones internacionales basadas en respeto y oportunidades.
Pero ojo, no bastan las uvas de medianoche, ellas deben venir acompañadas de decisiones sensatas. 2026 será el año para corregir el rumbo y construir en lugar de destruir. Se puede!!