Carlos Emilio Díaz: casi tres décadas tras el telón del Teatro Tolima

En cada función, detrás de cada luz encendida, cada telón que se abre y cada aplauso, hay una presencia constante que ha sabido permanecer en el tiempo con decoro e incluso con la firme intención de manejar un bajo perfil. Se trata de Carlos Emilio Díaz Cárdenas, un ibaguereño que, desde hace 28 años, ha sido el alma del Teatro Tolima, el escenario cultural más emblemático del departamento.

Desde su niñez, Carlos Emilio soñaba con servir a la sociedad. Aunque no sabía todavía cómo, tenía claro que la música corría por sus venas. Su padre, el músico chaparraluno Emilio Díaz Granobles, le inculcó desde temprano el amor por las notas y el arte. Así las cosas, estudió en el Conservatorio del Tolima y luego se formó como Licenciado en Música y Artes en la Universidad de Caldas. Ese legado artístico supo inyectárselo a su familia, pues su hijo Julián Felipe y quien también se formó académicamente en el Conservatorio del Tolima, siguió sus pasos liderando agrupaciones musicales como Wataka y Dream Band, al tiempo que junto a su hermana Laura, dirige la empresa familiar 3 Díaz Producciones especializada en eventos culturales, bajo el apoyo y guía de Carlos Emilio.

Con una trayectoria que comenzó en 1997, cuando fue nombrado coordinador del teatro tras una convocatoria pública para trabajar en el departamento administrativo de cultura, Díaz Cárdenas ha sido mucho más que un gestor cultural. Ha sido visionario, promotor, productor, maestro y anfitrión. Bajo su dirección, el Teatro Tolima no solo volvió a la vida, sino que se posicionó como un referente de las artes escénicas, pues en principio estaba enfocado únicamente en temas de cinematografía y obras teatrales pequeñas, dada las condiciones técnicas que presentaba el teatro en ese momento.
Para nadie es un secreto que el Teatro Tolima tiene historia propia. Inaugurado originalmente como Teatro Torres, fue adquirido mediante ordenanza por el gobierno departamental en 1926 y rebautizado como Teatro Tolima. En los años noventa, y luego de ser declarado monumento nacional, el entonces gobernador Francisco Peñaloza le encomendó a Díaz quien venía de ser profesor de violín en el Conservatorio, una misión clave: liderar la reinauguración del teatro. Para ese evento inaugural realizado el 18 de julio de 1997 Carlos Emilio no escatimó esfuerzos, convocó a la Orquesta Sinfónica de Colombia y gestionó la compra de un piano en Estados Unidos para que la maestra Blanca Uribe ofreciera un concierto inolvidable. Aquella noche marcó el inicio de una nueva era para el recinto.
Desde entonces, su gestión ha sido sinónimo de excelencia. Estableció alianzas con figuras como Fanny Mikey para traer al Tolima lo mejor del Teatro Nacional, y gracias a esos esfuerzos, artistas como Raphael, Leo Dan, Los Visconti, Kraken, Ekhymosis y muchas compañías internacionales de ballet, teatro y circo, han pisado el escenario ibaguereño.

Sin embargo, su visión fue más allá de los grandes nombres. También se propuso democratizar el acceso a la cultura. “Desde 1997 nos propusimos abrirles espacio a los grupos locales”, recuerda. Así surgieron programas como Titereando con los niños, Miércoles con la cultura y las funciones dominicales dirigidas a toda la familia, con títeres y marionetas provenientes de Bogotá y Medellín.”. Su enfoque ha sido claro: un teatro abierto, diverso y plural.
En palabras suyas: “Queríamos una agenda para toda la familia, que el Teatro Tolima fuera de todos, y no solo de unos pocos”.
Es de precisar, que cuando Carlos Emilio asumió la dirección, el teatro no contaba con iluminación profesional, ni las condiciones técnicas mínimas para montajes complejos. Hoy, gracias a una gestión constante y rigurosa, el Teatro Tolima dispone de parrillas escénicas, cámara negra, equipos de sonido de alta gama, página web, presencia en redes sociales y un prestigio que lo posiciona entre los mejores del país.
“Ahora son los artistas los que nos buscan. Quieren venir a Ibagué porque saben que aquí hay un escenario con historia, pero también con calidad técnica y humana”, asegura.

Sobre su jornada laboral, comenta que es intensa. Revisa correos, organiza agendas, coordina con empresarios, resuelve temas logísticos y recibe a los elencos. “Trabajo de lunes a lunes. Es chistoso porque a veces me reprocho por programar eventos los domingos, pero hay funciones que lo ameritan, y si el artista acepta, pues hay que hacerlo”. confiesa.
Además de gestor cultural, Carlos Emilio sigue siendo músico. Se inventó el Tolijazz, un evento que no puede faltar en la programación cultural de Ibagué, y ha dirigido conciertos con la Sinfónica del Amina Melendro, la Ibagué Big Band, y recientemente aportó su experiencia dirigiendo el concierto “Sinfónico de amor y lágrimas”, una iniciativa de música para planchar, de la orquesta Dream Band, acompañada de una orquesta sinfónica que tuvo gran acogida en la ciudad. Cuando no está entre bambalinas, participa activamente en los eventos que organiza su familia para estar cerca de sus hijos y nietos, y se dedica a cocinar platos inusuales, a hacer ciclo montañismo, o asistir al estadio a ver al Deportes Tolima, su otra gran pasión. Sus vacaciones —siempre en enero o febrero— son su único respiro entre temporadas.

Sin duda, uno de los mayores retos de su labor ha sido lidiar con los cambios de administración departamental. El Teatro Tolima depende del gobierno, y con cada nuevo mandatario llegan nuevos enfoques y prioridades. Sin embargo, su experiencia y conocimiento han hecho que, en lugar de ser removido, sean los mismos gobernadores quienes acuden a él para entender el funcionamiento del teatro.
“Nunca hemos tenido un presupuesto asignado para traer obras, y pese a ello, nos hemos convertido en promotores, buscando alianzas con empresarios y amigos para sostener la programación, y aun así, hemos traído lo mejor de lo mejor”, destaca con orgullo.

A sus casi tres décadas de servicio, y siendo el único funcionario de planta del teatro, Carlos Emilio no baja la guardia. Al contrario, se muestra más comprometido que nunca con su misión:
“Lo que más me satisface es que la gente que viene al teatro se vaya feliz, con ganas de volver, agradecida por la atención. Yo tengo la fortuna de vivir de lo que amo: dirigir un teatro”.