El campo no espera discursos: exige acción y resultados

La retórica abunda, los escenarios de transformación se pintan en cada discurso, y las promesas se reciclan una y otra vez. Y aunque el ejercicio de proponer, escuchar y construir es esencial en cualquier proceso de desarrollo, lo que está ocurriendo hoy raya con la improvisación y el abandono. Las acciones concretas no avanzan, y las palabras se las sigue llevando el viento.
Recientemente, fuimos testigos de un hecho insólito: el presidente de la República convocando, de forma tácita, a un paro nacional, en represalia por el hundimiento de un referendo que no fue aprobado por el Congreso y que habría costado al país más de 70 mil millones de pesos. Más allá del absurdo del planteamiento, lo preocupante es el mensaje que deja: un liderazgo que en lugar de construir, fractura; que en lugar de unir, polariza; y que, mientras habla de cambios, permite que las oportunidades reales de transformación se esfumen entre arengas y tensiones ideológicas.
Esta no es una columna de tono moralista ni un ataque personal al mandatario. Mi objetivo es puntual: evidenciar que, más allá de las reformas estructurales que requieren aprobación legislativa, existen caminos de acción inmediatos donde el Gobierno tiene margen de maniobra. ¿Y qué se ha hecho ahí? Muy poco. El Ministerio de Agricultura, por ejemplo, no ejecutó ni el 47% de su presupuesto para 2024. Y aunque existen múltiples agencias estatales dedicadas al sector, su impacto real sigue siendo marginal. Muchas se limitan a repartir abono o entregar insumos, pero la transformación profunda del campo sigue siendo una promesa lejana.
No podemos seguir atrapados en un modelo donde la producción agropecuaria se convierte en una rutina sin estrategia. Si no fortalecemos la investigación para mejorar la genética, los paquetes tecnológicos y la productividad, seguiremos sembrando por sembrar, sin mejorar la rentabilidad ni la competitividad. Producir por producir no es suficiente: el agro necesita rentabilidad, escala y visión de futuro.
El anunciado "paro 2.0" de los arroceros es una alerta que no debe subestimarse. Mientras tanto, cadenas productivas estratégicas como la del maíz siguen sin despegar. El presidente ha mencionado con frecuencia la importancia de este grano, pero del discurso a la acción hay un abismo. Hoy Colombia sigue importando más de seis millones de toneladas de maíz, pese a tener el potencial agroecológico para producirlas localmente.
Es momento de despojarnos del fanatismo político y de asumir las realidades con seriedad. El campo no puede seguir esperando mientras se decide desde los escritorios qué hacer con él. Exijamos, con responsabilidad y firmeza, que el Gobierno Nacional actúe con celeridad, que invierta los recursos con eficacia y que reestructure las múltiples agencias cuya utilidad está en entredicho. Pensar está bien, pero pensar y no actuar es como soñar sin levantarse de la cama: no transforma nada.