Universidad del Tolima: 80 años tejiendo sueños y transformando realidades

Como hijo de esta tierra y de esta universidad, siento la necesidad apremiante de reflexionar sobre su legado y, particularmente, de expresar mi más profundo agradecimiento.
Nací en el barrio Gaitán de Ibagué, en un hogar donde las oportunidades eran tan escasas como los lujos, pero donde nunca faltaron la dignidad y el amor. Allí, en ese rincón lleno de historias y esperanzas, comparto aún con vecinos y familiares, y reconozco en muchos jóvenes la misma llama de ilusión que en su momento me impulsó.
Mis padres, ya fallecidos, fueron mis primeros referentes. De mi madre, emprendedora y cabeza de familia, aprendí la resiliencia, la perseverancia ante la adversidad y el poder de soñar con un futuro mejor, entendiendo que gran parte de ese futuro dependía de mis propias decisiones. De mi padre, maestro de construcción, heredé el valor del trabajo honesto y la satisfacción de construir, no solo edificaciones, sino también proyectos de vida. Para quienes venimos de hogares humildes pero colmados de valores, la Universidad del Tolima no fue simplemente una opción: fue la gran oportunidad. Una puerta abierta que demuestra que el talento y el deseo de superación no conocen de estratos.
Caminar por las calles de Gaitán me conecta con mi historia. Veo jóvenes con sueños similares a los míos: algunos trabajan durante el día y estudian en la noche; otros cuidan a sus hermanos mientras se preparan para un examen. Para todos ellos, la UT ha sido la oportunidad. Un espacio donde la educación no solo forma profesionales competentes, sino ciudadanos capaces de transformar positivamente sus comunidades.
Hoy, con el paso de los años, puedo decir con orgullo que, si logré formarme como profesional, fue gracias a la Universidad del Tolima. Esa institución pública que, el 21 de mayo de 1945, comenzó como un sueño regional y que hoy celebra ocho décadas de historia, apoyando la vida de generaciones enteras de tolimenses que, como yo, no teníamos otra alternativa para educarnos.
Durante estos 80 años, la Universidad del Tolima ha sido faro y semilla: ha iluminado caminos y sembrado futuro. Desde sus orígenes en San Jorge con la Facultad de Agronomía y otras áreas como las artes, la enfermería, la ingeniería forestal, la medicina veterinaria y la topografía, hasta su consolidación en el campus de Santa Elena, la UT ha sido un motor de cambio para un departamento que encontró en la educación pública su mayor herramienta de transformación.
Hoy, más de 26 mil estudiantes en nueve departamentos del país confirman su relevancia. Su oferta educativa se ha diversificado: programas presenciales y a distancia, especializaciones, maestrías, doctorados, centros de investigación, consultorios jurídicos, granjas, hospital veterinario, museos y jardín botánico. Cada espacio es una promesa cumplida.
Pese a las adversidades del país, la UT ha resistido y crecido. Durante la pandemia, fue pionera en ofrecer educación gratuita con metodologías híbridas, permitiendo que miles de jóvenes continuaran sus estudios. La universidad ha sido amiga de las comunidades, constructora de paz, promotora de ciencia, cultura y pensamiento crítico.
No escribo estas líneas solo como profesional y académico formado en esta casa, sino como un agradecido. Porque detrás de cada aula, biblioteca y maestro, hay historias como la mía: de lucha, superación y esperanza.
Desde aquel visionario 21 de mayo de 1945, cuando surgió la idea de crear una universidad pública para el Tolima que se concretó en 1955 con el apoyo del gobernador César Augusto Cuéllar Velandia, hemos recorrido un camino extenso, superando obstáculos como la falta de recursos y la violencia regional.
Nuestra historia se remonta a la Escuela Agronómica San Jorge, a la que se sumaron la Escuela de Bellas Artes, la de Enfermería, y programas como Topografía. Bajo el liderazgo de figuras como Darío Echandía, se crearon las facultades de Ingeniería Forestal y Medicina Veterinaria y Zootecnia, consolidando un prestigio que ya en los años 60 atraía a estudiantes de todo el país. Anhelamos y logramos un campus propio: Santa Elena, hoy faro de conocimiento y encuentro.
Décadas después, las Facultades de Ciencias de la Educación y Administración de Empresas ampliaron nuestra visión, y en los años 80 el IDEAD democratizó aún más el acceso a la educación. El programa de Medicina (1996) fue clave para el sistema de salud regional. Los posgrados, iniciados en los años 90, elevaron nuestro perfil académico e investigativo.
Estos 80 años están tejidos con las historias, sueños y luchas de miles de estudiantes, docentes, administrativos y líderes que creyeron —y aún creen— en el poder transformador de la educación. Como Vicerrector, soy testigo del gran potencial de nuestra comunidad universitaria. Esta experiencia reafirma mi compromiso de seguir trabajando con pasión por una universidad más relevante, de puertas abiertas, promotora del pensamiento crítico y el desarrollo sostenible.
Debemos seguir siendo ese espacio donde los sueños se cultivan, donde cada estudiante, sin importar su origen, tenga los medios para convertirse en un ciudadano ético, comprometido y transformador. Una universidad donde se respete la diferencia, el disenso y la libre expresión, sin importar credo, género, orientación, raza, ideología o condición social.
Por todo esto, solo puedo decir: ¡gracias, Universidad del Tolima!
Gracias por permitirnos soñar.
Donde hay educación pública, hay futuro.
¡Felices 80 años, alma máter!
Seguiremos cruzando fronteras, tocando corazones, sembrando conocimiento y existiendo para servir.
Por: Jonh Jairo Méndez Arteaga, PhD.
Profesor, Facultad de Ciencias – Departamento de Química
Vicerrector de Investigación, Creación, Innovación, Extensión y Proyección Social
Universidad del Tolima