Desocupación: Del pesimismo al compromiso

Esta persistencia de la desocupación elevada no es una casualidad estadística, es la manifestación más dolorosa de un problema estructural: la ausencia por años de una política pública clara, sostenida y de largo plazo que encamine a la ciudad hacia una clara o nueva vocación económica y una estructura laboral más moderna, diversificada y digna.
Desde hace años, el discurso se ha centrado una y otra vez que la solución es la atracción de inversión privada. Sin embargo, más allá de los enunciados y algunos tímidos intentos, no se evidenciaron políticas contundentes ni resultados sostenidos. La llegada de nuevas empresas sigue siendo más un deseo que una estrategia concreta. No se trata solo de buscar inversión: se trata de crear las condiciones, los incentivos, las redes y las infraestructuras para que esa inversión decida quedarse. Actualmente, la administración local cuenta con incentivos tributarios y el relanzamiento de la ventanilla única Empresarial, esto puede ser la luz a un verdadero cambio.
Ahora bien, en medio de este panorama, emerge una señal esperanzadora: el turismo. Aunque todavía incipiente, hay evidencias claras de que algo se está moviendo. Según los datos recientes del DANE, en el trimestre enero-marzo de 2025, la rama de alojamiento y servicios de comida en Ibagué empleó a 18.663 personas, lo que representa un crecimiento del 48.4% respecto al mismo trimestre del año anterior. Esta cifra es más que una buena noticia: es un indicio de que enfocar la vocación productiva de la ciudad hacia sectores como el turismo —complementario al tradicional comercio, que hoy ocupa al 22.4% de la población— puede ser una decisión estratégica acertada si se acompaña con formación, infraestructura y promoción.
Ahora bien, la fotografía del empleo a nivel nacional no deja de ser preocupante. Al detallar los datos agregados de las 13 principales ciudades del país, observamos que el 39.9% de los nuevos ocupados respecto al mismo trimestre del año anterior son trabajadores por cuenta propia. A esto se suma un 13.6% de crecimiento en el empleo doméstico. Es decir, el Gobierno Nacional ha impulsado la ocupación desde la informalidad, que también ha aumentado (57.2%). Si la política pública de generación de empleo termina promoviendo actividades sin seguridad social, sin estabilidad ni ingresos dignos, lo que se está generando es una precarización del trabajo, no una verdadera recuperación económica.
A pesar de este contexto nacional, en Ibagué vale la pena detenerse en un matiz fundamental: en nuestra ciudad, los datos cuentan una historia diferente. Frente al trimestre enero-marzo del año anterior, la fuerza laboral aumentó en 16.790 personas, de las cuales 12.249 lograron ser absorbidas por el mercado. Aunque esto implicó un aumento en la tasa de desocupación (por el diferencial de quienes no encontraron empleo), lo relevante es analizar quiénes están generando esas nuevas oportunidades.
De los 12.249 nuevos ocupados, el 80.4% corresponden a obreros o empleados particulares, es decir, personas contratadas por empleadores privados bajo una relación formal de subordinación o dependencia. Solo el 10.2% corresponde a trabajadores por cuenta propia, muy por debajo de la tendencia nacional. Esto nos deja una lección clara: en Ibagué, quienes están creando empleo de calidad son los empresarios y emprendedores locales, no el gobierno central. Son ellos quienes, a pesar de la incertidumbre, de la burocracia, de la falta de incentivos y muchas veces del abandono institucional, siguen apostándole a la ciudad.
Es por eso que, más allá de lamentar el alza en la tasa de desocupación, esta columna quiere ser, sobre todo, una voz de reconocimiento. Gracias a ese tejido empresarial que ha resistido y persistido, hoy contamos con más de 9.000 personas ocupadas adicionales en comparación con el mismo trimestre del año anterior. Son empleos generados con gallardía, desde la iniciativa privada, y merecen ser celebrados.
Pero también hay otra cara que no podemos ignorar. La población fuera de la fuerza de trabajo —es decir, quienes no trabajan ni buscan trabajo— disminuyó. Eso, en principio, podría leerse como algo positivo. Más personas están saliendo a buscar empleo. Sin embargo, el 60.5% de ese nuevo contingente que se moviliza al mercado laboral proviene de quienes antes se dedicaban a oficios del hogar. Cuando las personas que tradicionalmente se encargaban de estas tareas —en su mayoría mujeres— se ven obligadas a salir a buscar empleo, no necesariamente lo hacen por vocación o empoderamiento. Muchas veces lo hacen por necesidad, por el deterioro de las condiciones del hogar, por la incapacidad de los ingresos familiares para sostenerse. Es un indicador que nos habla de vulnerabilidad social, de una economía doméstica que comienza a desmoronarse.
Ibagué no puede seguir esperando a que desde Bogotá lleguen las soluciones. La ciudad debe construir su propio modelo de desarrollo, impulsado por su gente, sus empresas y sus talentos. Eso sí: el Estado debe garantizar las condiciones mínimas para que el esfuerzo empresarial no se convierta en un sacrificio inútil. Se requieren incentivos tributarios, apoyo técnico, infraestructura moderna, promoción activa del empleo formal y un ecosistema que premie la innovación y la perseverancia.
La tarea no está hecha, pero el camino está marcado. En tiempos donde el pesimismo parece una tentación permanente, Ibagué nos recuerda que el trabajo digno aún es posible cuando hay valentía para emprender y compromiso con el territorio.