Reformas pobresistas

El Senado aprobó una mala reforma laboral: mala para generar empleo formal, mala para reducir la informalidad, mala para elevar la productividad y pobre para dignificar a la mayoría de la fuerza laboral, que hoy es informal o desempleada. Y muy mala, además, para las sufridas micro y pequeñas empresas del país.
No obstante lo anterior, recibimos dos noticias positivas. La primera: el Senado demostró que no es cierto que al actual gobierno no lo han dejado gobernar. Le aprobaron varios de los artículos que habían propuesto (así sean inconvenientes para la fuerza laboral), y por eso ya no tiene sentido insistir en una consulta popular, menos aún si ésta pregunta cosas que ya quedaron incorporadas en la reforma aprobada. ¿Para qué una consulta popular que vale casi 1 millón de millones de pesos, recursos que podrían destinarse a tantas necesidades sociales urgente en Colombia, y no a una campaña política disfrazada?.
La segunda noticia positiva fue la decisión de la Corte Constitucional de devolver al congreso otra mala reforma, esta vez la pensional. Ojalá este paso permita no sólo corregir errores de procedimiento, sino también de fondo.
La reforma laboral es retardataria en su concepto de contrato de aprendizaje. Creer que “laboralizar” este contrato favorece a los aprendices es una falacia. Como quedó formulada, la reforma desincentiva la vinculación de aprendices, y la reacción racional de las empresas será monetizar la cuota correspondiente, evitando con ello asumir un vínculo laboral innecesario.
Además, es una reforma que desconoce los negocios esencialmente nocturnos, y que no logra diferenciar el impacto de sus medidas en la micro y pequeña empresa. Se equivoca también al privilegiar el contrato a término indefinido sobre formas más flexibles de contratación, anclándose en un modelo laboral del pasado.
Reconozco, eso sí, algunos avances frente al modelo aprobado en la Cámara: correcciones sobre fuero sindical, recargo nocturno, licencias de paternidad o jornadas 4x3. Pero en el fondo estamos frente a una reforma laboral que, como la pensional, encarna una peligrosa “necrofilia política”: esa fascinación por las ideas atrasadas y fracasadas del pasado que insisten en la estatización como norte y en reformas laborales pensadas como si fueran pliegos sindicales, no como caminos hacia más empleo, formalización y productividad en beneficio de los desempleados e informales.
Peor aún es que ambas reformas se hayan tramitado sin estudios serios de impacto fiscal, productivo o de destrucción de empleos, e incluso ignorando estudios técnicos de gremios y del Banco de la República que advierten pérdidas de empleo formal para más de 500 mil familias.
Por eso hago una invitación a la Cámara para que en el último debate de la reforma pensional, evite aprobar una iniciativa para que terminará golpeando a los jóvenes. Ellos pagarán en el futuro 54 billones de pesos anuales adicionales, vía nuevas reformas tributarias, si no se corrige la edad de pensión, el ingreso base de liquidación o los aportes. No hagamos el “oso” de aprobar una reforma pensional que necesite de otra reforma pensional para solucionar lo que esta reforma no fue capaz de resolver.
En síntesis, estamos frente a dos legados supuestamente muy “progresistas” que terminan siendo bastante “pobresistas”. Triste por Colombia!!.