Colombia entre centenares de masacres: el genocidio

Los colombianos parecemos acostumbrados a vivir de desgracia en desgracia. El terror generado por los actos de barbarie con sevicia calculada logran anestesiar a la sociedad que recibe estas imágenes en medio de una especie de shock emocional. Esta semana hemos sido golpeados nuevamente por escenas en las que corre la sangre de nuestros jóvenes. Cómo en un intento de quebrarnos moralmente asesinando la esperanza. Pero ahora., con un nuevo hecho noticioso, se intenta con indolencia pasar la página: El expresidente en presidio renuncia a su fuero buscando ser procesado por la justicia ordinaria. Las reacciones en los medios de comunicación se dedican a desarrollar el hecho y el foco de atención del ciudadano se desplaza hacia el debate polarizado que se intensifica. Mientras tanto, las familias y las comunidades que apenas entierran a sus muertos quedan en el olvido, como tantos miles...
Alcanzamos a creer que las Masacres, violaciones, torturas, ejecuciones, atentados terroristas, secuestros, asesinatos selectivos, y los crímenes más usados contra la población civil, habían quedado en el pasado. Incluso llegamos a creer que eso pasaría a ser parte de la historia, una historia nefasta de nuestro país.
Hablar o escribir sobre estos temas podría generar aún mucha más polarización, pero a pesar de esto, los colombianos no debemos callar, no podemos dejar pasar por alto las masacres que hemos evidenciado en los últimos días. No puede ser posible que en medio de una pandemia que amenaza a la especie humana, sigamos soportando la aniquilación sistemática y deliberada de grupos sociales, además de la corrupción y la politiquería.
El debate de hoy debe centrarse en exigirle al Gobierno Nacional acciones concretas y reales para combatir el terrorismo, exigir presencia del Estado en los territorios y por supuesto la protección y defensa de los Derechos Humanos, en igualdad de condiciones para todos.
Dejemos de un lado los colores partidistas y el fanatismo político que nos sigue dividiendo como Nación. Mientras nosotros abrimos esas brechas, los que manejan los hilos del poder los aprovechan para despojar a nuestras comunidades del bien más preciado: la vida.
Sin lugar a dudas, las comunidades más vulnerables son las más afectadas por esta violencia que no cesa. Además de vivir en cordones de miseria y lejos de las garantías de un Estado Social de Derecho, estas comunidades siguen poniendo los muertos de una guerra sin sentido. En 2019, hubo 36 masacres en Colombia, la cifra más alta desde 2014, en esos hechos fueron asesinadas 133 personas. Los departamentos donde más se presentaron matanzas fueron Antioquia, Cauca y Norte de Santander. (Fuente: ONU).
Hemos soñado con forjar una Colombia en Paz que ofrezca oportunidades a las nuevas generaciones, pero ¿cómo conseguirlo, si matando a nuestros jóvenes apagan la esperanza de construir un país diferente al que hemos conocido?
Claramente el Covid-19, no es la única amenaza que se cierne sobre nuestros seres queridos. En medio de nosotros viven una serie de pandemias que intentan arrebatar nuestras esperanzas, nuestros anhelos de vivir en una sociedad más humana, donde haya verdadera justicia social y el interés general prime sobre el particular, una sociedad donde la verdad prevalezca sobre la impunidad. Nos corresponde como ciudadanos hacer frente común para rechazar a quienes nos alejan de vivir en la Colombia de nuestros Sueños. Nos corresponde desarrollar la vacuna para encontrar la cura inmediata contra la indiferencia.
Cómo ciudadanos, no podemos ser indolentes frente a las lágrimas de las familias que pierden a sus hijos. No podemos naturalizar el dolor y quedarnos callados frente a la ausencia de un Estado que no reacciona, no responde, no hace nada, en medio de un silencio cómplice.
Si el Estado no reacciona, la ciudadanía si debe hacerlo. No pueden pasar desapercibidos casos como los ocurridos el 10 de agosto en Leiva (Nariño), cuando dos estudiantes de 15 y 17 años caminaban hacia la escuela a entregar las tareas y, sin mediar palabra, fueron asesinados. El mismo día en el Patía (Cauca) un niño fue torturado y al ser auxiliado por su hermano de 12 años, éste también fue asesinado. Estos dos hechos, que no fueron merecedores de despliegue alguno desde los medios de comunicación tradicionales, deberían ser suficientes para motivar una reacción contundente de toda la sociedad.
El martes 11 de agosto, cinco jóvenes afro despertaban con la esperanza de perseguir sueños con sus talentos artísticos. Probablemente se reunían para conversar sobre sus anhelos sin pensar que ese sería su último día. Al llegar la noche trágica, la noticia recorría las calles del barrio Llano Verde en Cali. Una masacre en la que cinco niños entre los 13 y los 16 años fueron asesinados en un cañaduzal, donde además, se hizo evidente el intento de desaparecer los cuerpos.
No siendo suficiente crueldad por esta semana, tan solo cuatro días después el terror azota la vereda Santa Catalina, del municipio de Samaniego (Nariño). Ocho jóvenes fueron asesinad os mientras simplemente compartían una noche de risas entre amigos. No habían salido del estupor los nariñenses, cuando al día siguiente fue hallada una niña de 16 años asesinada, en la cabecera del mismo municipio.
La Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Colombia afirmó que, durante este año, dicho organismo ha documentado 33 masacres en Colombia y que aún tiene pendientes siete más por documentar.
Mientras en Colombia crece la polarización, los asesinos (Que deambulan sin temor al Covid-19), siguen aterrorizando los territorios. Mientras tanto ¿quién le responde al país? Al parecer el único que permanece confinado es el Gobierno Nacional, que debería estar enfrentando a los asesinos, trasladando el Estado a los territorios donde su presencia es mínima o nula.
Nuestro país merece un destino diferente al de las balas y la barbarie, no permitamos que unos cuantos verdugos sigan condenando el destino de toda una nación.
A la memoria de estos niños y jóvenes, que al igual que sus hijos, hermanos, sobrinos, nietos, amigos y vecinos, tenían sueños y esperanzas:
Maicol, Cristian, Alejandro Fajardo y su hermano, Juan Manuel Montaño (15 años), Jair Andrés Cortez (14 años), Jean Paul Perlaza (15 años), Leyder Cárdenas (15 años), Álvaro José Caicedo (14 años), Oscar Andrés Obando (17 años), Laura Michel Melo (19 años), Campo Elías Benavides (19 años), Daniel Vargas (22 años), Bayron Patiño (23 años), Rubén Darío Ibarra (24 años), Jhon Sebastián Quintero (24 años) y Brayan Alexis Guarán (25 años).