Consejos Municipales de Juventud: entre la esperanza y la inutilidad

Hoy nuestro país volverá a elegir los Consejos Municipales y Locales de Juventud (CMJ), una figura creada por la Ley 1622 de 2013 y reiterada por la Ley 1885 de 2018, con el propósito de abrir espacios de participación política real para jóvenes entre los 14 y 28 años. En teoría, se trata de una apuesta para que las nuevas generaciones influyan en la gestión pública y hagan control social desde los territorios. En la práctica, el desafío es mucho más complejo.
El espíritu de estos consejos nace de una intención noble, democratizar la política desde las nuevas generaciones para fomentar el liderazgo juvenil en los municipios. Permitir que un joven de 14 años entienda cómo se organiza una lista de candidatos, cómo se debate un programa, cómo se hace control político una alcaldía o se proponen iniciativas de desarrollo, es una experiencia de participación ciudadanía muy valiosa. Sin embargo, esa esperanza suele enfrentarse con la crudeza del sistema político tradicional colombiano.
Las cifras de participación lo confirman, en la elección de 2021 votó apenas un 10% del potencial electoral joven, lo que evidenció apatía, desinformación y una débil pedagogía institucional. En este nuevo proceso, aunque se han inscrito más de 45 mil candidaturas, la pregunta de fondo sigue siendo la misma: ¿estamos empoderando a los jóvenes o repitiendo las prácticas de la política adulta?
Los CMJ fueron diseñados para garantizar pluralidad, distribuyendo las curules entre jóvenes independientes (40%), procesos y organizaciones sociales (30%), y juventudes de partidos políticos (30%). La ventaja más evidente del proceso es que siembra la semilla del liderazgo local, pero el riesgo mayor es convertir estos espacios en simples vitrinas simbólicas sin un poder efectivo, donde los jóvenes terminen reproduciendo el mismo modelo que decían querer cambiar.
El país necesita que estos consejos sean más que un simulacro electoral, deben ser laboratorios de democracia viva, escuelas de pensamiento crítico y puentes entre la juventud y la institucionalidad. Esto exige recursos, acompañamiento estatal y una verdadera voluntad política de los dirigentes para escuchar a sus consejeros juveniles.
Si logramos que estos jóvenes no sean un adorno, sino una voz efectiva en los gobiernos locales, el proceso habrá valido la pena. De lo contrario, los Consejos de Juventud quedarán como otra buena idea desvirtuada por el poder de siempre, ese que arrasa, que no incluye, que no fomenta la participación y juega con ilusión de quienes ya no son el futuro, sino el presente de la sociedad.