Ibagué, una ciudad que florece sin festival

La temporada de floración silvestre y muy natural de la que disfruta Ibagué por estos tiempos y que suele repetirse durante marzo y abril, no goza de su propio festival, como si lo hacen otras ciudades. Medellín por ejemplo ha institucionalizado El Festival de Silleteros, que siendo hermoso, también se ha hecho llamar la ciudad de la eterna primavera; Pero Ibagué, teniendo lo que tiene, es simplemente una ciudad que regala un espectáculo único y natural, donde sus calles, avenidas y barrios se tiñen de rosa y morado con la floración de sus ocobos y gualandayes, sin ni siquiera resaltarlo y menos instituirlo en beneficio de su propia gente. Esta belleza natural ha pasado desapercibida en la construcción de una identidad integral.
Con el debido respeto para nuestros secretarios de Cultura y Turismo, mientras Medellín convirtió su Feria de las Flores en un ícono nacional con reconocimiento internacional y grandes beneficios económicos para su territorio, Ibagué aún no ha dado el primer paso para visibilizar, este, su patrimonio único y natural. No se trata entonces de copiar modelos, sino de hacer evidente lo que ya tenemos: un paisaje urbano vibrante de vida y naturaleza, que cada temporada florece de manera gratuita y colectiva.
Si por iniciativa de la administración municipal, se institucionalizara el ¨Festival de los Ocobos y Gualandayes¨, significaría para la ciudad, entre muchas otras cosas, numerosos desfiles y comparsas adornados con los colores de nuestras flores, recorridos turísticos por las avenidas y los barrios más florecidos, conciertos al aire libre donde la música se fusione con la naturaleza en un encuentro único y extraordinario, y espacios académicos y culturales para resaltar la biodiversidad del Tolima.
Un festival así no solo fortalecería la marca ciudad, sino que generaría empleo, turismo y nuevas formas de apropiación del territorio. Ibagué sería reconocida no solo como la Capital Musical de Colombia, sino también como una ciudad florecida de ocobos y gualandayes.
Cada vez que brotan, los ocobos y gualandayes convierten a Ibagué en un lienzo natural pintado de rosa y morado. Es un espectáculo irrepetible y gratuito, que debería ser motivo de orgullo regional y nacional; sin embargo, esa belleza sigue pasando inadvertida. Pues no hemos tenido la capacidad de darle a nuestra floración su propio festival, su propio sello de identidad.
El Festival de los Ocobos y Gualandayes sería un encuentro cultural, ambiental, turístico y económico. Cultural, porque integraría comparsas, conciertos al aire libre y expresiones artísticas inspiradas en los colores de la ciudad junto al folclor tolimense. Ambiental, porque promovería campañas de siembra y cuidado del arbolado urbano, sembrando conciencia en las nuevas generaciones, y económico, porque atraería visitantes y dinamizaría la hotelería, la gastronomía y el comercio local. Pero, más allá de los beneficios, sería una apuesta por nuestra identidad: una Ibagué donde la música y la naturaleza se encuentran para ofrecer al país un festival distinto, auténtico y sostenible.
La naturaleza ya nos regaló el festival. El reto estaría ahora en reconocerlo, instituirlo y celebrarlo con orgullo. Entonces, ¿hasta cuándo seguiremos floreciendo en silencio y sin nuestro propio festival ?.