Un jefe de estado sin dignidad

Lo que hizo nuestro “jefe de Estado” en las calles de Nueva York no tiene ninguna presentación. Es inconcebible que un presidente de una nación decente se pare en cualquier lugar del mundo a pedirle a la fuerza pública de otro país que desconozca a su autoridad legítima y se declare en rebelión. Me pregunto: ¿qué haríamos los colombianos si un presidente extranjero se parara en la Plaza de Bolívar a llamar a nuestra Fuerza Pública a desobedecer?
La Constitución colombiana es clara. El artículo 188 señala que el Presidente, al jurar el cumplimiento de la Carta, simboliza la unidad nacional y se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los ciudadanos. Esa es la dignidad del cargo. Pero lo que hizo Gustavo Petro, al igual que muchas de sus actuaciones recientes, no representa ni la dignidad del país ni construye unidad nacional.
El artículo 189, al otorgarle al Presidente la conducción de las relaciones internacionales, le impone un deber de prudencia, respeto y sobriedad, porque sus palabras son la voz oficial de la nación. Tampoco se cumplió en Nueva York. Los colombianos no queremos llamar a los estadounidenses a la sedición, ni convertirnos en promotores de la insubordinación en ejércitos ajenos. Que Petro lo hiciera en su vida anterior puede ser explicable, pero no es aceptable que lo haga hoy como “Jefe de Estado”.
Además, se equivoca gravemente al realizar una intromisión indebida en asuntos internos de otro país, violando el derecho internacional y debilitando la confianza diplomática hacia Colombia. Nos expone, además, a riesgos serios en las relaciones comerciales y de inversión con Estados Unidos, nuestro principal socio, y de paso abre preocupaciones de eventuales sanciones comerciales y económicas que afectarían cientos de miles de empleos y billones de pesos en flujos financieros.
¿Por qué entonces incurre en un error tan evidente, hoy motivo de vergüenza internacional? La sensación que queda es que lo hace para lograr figuración local (porque internacionalmente no tiene ninguna) en un escenario donde la ausencia de logros se compensa con charlatanería y escándalos. El gobierno Petro hoy brilla más por discursos y trinos incendiarios que por obras y resultados. Es la lógica de las autocracias populistas: polarizar, victimizarse y desviar la atención, aunque el costo lo paguen los ciudadanos.
La mayor tristeza es que mientras tanto la dignidad del cargo presidencial se desluce cada vez más. Hoy parece un cargo que perdió autoridad y se quedó solo con poder. Actuaciones como estas, sumadas a sus llamados al odio o resentimiento, restan legitimidad y respeto a la investidura presidencial. Lo que queda es un poder desnudo, frágil y poco creíble. Quizás por eso cualquiera se siente con derecho a aspirar a la Presidencia, y ya tenemos más de 110 candidatos. Dicho en lenguaje popular, “el mango se vuelve bajito”.
La prioridad institucional para consolidar la democracia en 2026 debería ser devolverle la dignidad al cargo presidencial. Necesitamos volver a sentir que quien ejerce la Jefatura de Estado es ejemplo en su vida personal y familiar, en su forma de liderar, y sobre todo en su obligación de ser símbolo de unidad y respeto.