Una cosa es Petro, otra cosa es Colombia

No se trata solo de un gesto diplomático; es un mensaje que refleja la preocupación internacional frente a un jefe de Estado que insiste en convertir la política exterior en un escenario de confrontación ideológica.
Lo que ocurrió en la Asamblea General de la ONU y en las calles de Nueva York no fue un simple discurso más. Petro no solo cuestionó a los Estados Unidos en su propio territorio, sino que llegó al extremo de invitar a militares norteamericanos a desobedecer a su gobierno y de promover la creación de un “ejército internacional” para luchar en Gaza. Un lenguaje que sobrepasa la retórica y que amenaza con arrastrar a Colombia hacia un terreno peligroso de tensiones diplomáticas, comerciales y de seguridad.
Estados Unidos respondió con una medida inédita, revocar la visa de un presidente en ejercicio. Una decisión que, aunque simbólica, envía un mensaje de fondo, la cooperación y la confianza no se sostienen sobre discursos incendiarios. Y es aquí donde los Estados Unidos, la comunidad internacional y el país en general deben entender que una cosa es Petro y otra cosa es Colombia.
El sentir de la gran mayoría de colombianos no es ese discurso radical que pretende poner en riesgo relaciones históricas. Colombia son sus caficultores que exportan a diario a los mercados de Norteamérica; son los miles de mujeres que trabajan en la floricultura para que las flores de la sabana embellezcan hogares en el mundo; son fruticultores, piscicultores y otro gran número de empresarios que llevan con orgullo la producción nacional a las góndolas de supermercados internacionales. Colombia también son los importadores, industriales y comerciantes que necesitan de esa relación sólida con el principal socio comercial del país para garantizar empleo, competitividad e innovación.
No solo el sector productivo está distante del camino que transita Petro. También lo están los gobernadores y alcaldes que, conscientes de la importancia de preservar la cooperación internacional, adelantan una diplomacia paralela, seria y constructiva, muchas veces de la mano de gremios empresariales y sectores estratégicos. Ellos, en nombre de sus regiones, buscan salvar las relaciones y abrir canales de confianza que el gobierno central parece empeñado en destruir con los Estados Unidos. Esa diplomacia territorial es hoy un contrapeso fundamental para sostener la imagen, confianza inversionista y estabilidad económica del país.
Otra cosa son las Fuerzas Militares de Colombia, instituciones que han demostrado un compromiso férreo con la Constitución y con la defensa de la soberanía. Mientras Petro coquetea con discursos que generan incertidumbre internacional, las Fuerzas Armadas, aunque recortadas y debilitadas, tratan de preservan la estabilidad, la seguridad y el orden democrático que tanto le ha costado construir a Colombia. Ellas no se identifican con aventuras ideológicas, sino con la protección del país y de sus ciudadanos.
El riesgo es evidente, Petro busca polarizar, generar caos y levantar cortinas de humo justo cuando se acercan las elecciones presidenciales y legislativas. Es la estrategia clásica del populismo basado en confrontar con el exterior para cohesionar minorías internas. Pero mientras tanto, son millones de colombianos los que quedan atrapados en esta encrucijada, pagando los costos de una política exterior improvisada y temeraria. Menos inversión, menor confianza, riesgo reputacional y debilitamiento de la cooperación en seguridad, especialmente en lucha contra el narcoterrorismo ese es el saldo que podría dejar esta peligrosa aventura.
Por eso, el mensaje debe ser claro dentro y fuera del país, “una cosa es Petro, otra cosa es Colombia”. Colombia es mucho más grande que un presidente de turno. Colombia son sus regiones, sus instituciones, sus empresarios, sus trabajadores y sus Fuerzas Armadas. Esa es la verdadera cara de una nación que quiere mantener y fortalecer la relación con Estados Unidos y con el mundo.
Mientras la gran mayoría de colombianos imploramos por la recomposición de la seguridad y las relaciones internacionales, el presidente Petro ha anunciado que el próximo 3 de octubre estará en Ibagué, en el parque Manuel Murillo Toro, frente a la Gobernación del Tolima, donde está parada firme la dama de hierro de Colombia Adriana Magali Matiz, reconocida por segunda vez como la mejor Gobernadora del país y una férrea contradictora del gobierno Petro. La ironía no puede ser más evidente, Petro llegará a un territorio que representa, en buena medida la Colombia real, esa Colombia que no se identifica con artimañas ideológicas que ponen en riego a todo un país, una tierra firme que sigue creyendo en el trabajo, la legalidad, la seguridad, la paz, la tranquilidad y la defensa de la democracia y los intereses nacionales.