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El legado de tres maestros: innovación, transformación y excelencia

Eduardo fue muy sensible a los problemas sociales, especialmente la pobreza. Comprendió que la educación era necesaria pero no suficiente para impulsar el desarrollo regional.
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11 Sep 2025 - 17:53 COT por Ecos del Combeima

Por Dr. Alfonso Reyes Alvarado

Conocí a Eduardo en noviembre de 1977, hace 48 años. Yo tenía 17 años y nos encontramos en su oficina muy cerca de acá, en el antiguo edificio W de la Facultad de Ingeniería. Mi padre, también tolimense le había pedido el favor de que me hablara de la Universidad.

Eduardo me recibió con una gran sonrisa, me explicó con bastante detalle el origen de la Universidad y me invitó a un recorrido por el campus. Me contó la historia de cada edificio hasta llegar arriba, al Campito y de allí a la casita de Villa Paulina en donde funcionaba el Instituto SER de Investigación.

Nunca fui alumno suyo, pero fui testigo del enorme impacto que causaba en sus estudiantes, no por complaciente, sino por su rigor, seriedad al preparar sus clases, el entusiasmo contagioso con que las dictaba, las relaciones que siempre hacia con problemáticas del país y su permanente disposición para escuchar, conversar con sus alumnos e invitarlos a participar de la cosa pública. Su desempeño como maestro fue reconocido por el ministerio de Educación, que le otorgó la Medalla Simón Bolívar y por la Universidad de los Andes al designarlo como profesor emérito.

Sin embargo, no fue un profesor que solo se dedicara a la docencia. Aunque pertenecía a una generación de profesores que sí lo hacía, porque era lo que se esperaba de ellos en esa época, Eduardo se formó como investigador. Cursó una maestría en la Universidad de Illinois y años después terminó un doctorado en sistemas públicos en el MIT. Justo antes de regresar le envió una carta al rector de la época para proponerle crear un Instituto de Investigación que aplicara el naciente pensamiento sistémico al estudio de los problemas públicos en Colombia usando análisis multivariado de grandes volúmenes de información con la ayuda de computadores. Este fue el origen del SER y por eso estuvo un tiempo localizado en Vila Paulina.

En el Instituto nos formamos decenas de jóvenes investigadores que Eduardo y Jorge Acevedo, su director, reunieron de muy diferentes disciplinas: ingeniería, matemáticas, psicología, sociología, antropología, derecho, contaduría y administración entre otras. La gran mayoría uniandinos, varios de ellos están hoy en este homenaje. Disfrutábamos esta forma de trabajo transdisciplinar que naturalmente se alimentaba de conversaciones permanentes para encontrar puentes entre marcos teóricos y herramientas metodológicas muy disímiles y crear acuerdos para estudiar de manera innovadora los problemas que abordabamos. Esta era la manera en que Eduardo entendía, transmitía y practicaba la forma de hacer investigación.

Pero Eduardo no solo sacó la investigación de los salones universitarios, sino que se interesó por incidir directamente en el acontecer público. Por ello su insistencia en que el pensamiento científico llegara a un público más amplio y que los recursos para hacer investigación no se concentraran solo en las principales capitales. Abogó por la creación de una entidad pública que gestionara y focalizara esos recursos. Junto con otros colegas logró que estas ideas se concretaran en la creación de Colciencias. Aceptó el reto de dirigirlo y logró gestionar el segundo empréstito del BID que permitió crear una red de centros de investigación que focalizaron su trabajo en problemáticas regionales.

Fue consciente de que los verdaderos cambios en el país ocurren solo con la colaboración de la empresa privada, el sector público y la participación ciudadana. Esto lo llevó a ingresar en la política electoral para la que ciertamente no estaba preparado. Aún así, se lanzó como candidato en la primera elección popular de alcalde en Bogotá. Miles de sus antiguos alumnos y todos los miembros del Instituto SER estuvimos en la caravana que lo acompañó la tarde de la presentación de su candidatura. Lamentablemente decidió retirarse al percatarse de las prácticas que acudían al desprestigio personal para neutralizar a los rivales de campaña. Varios años después lo intentaría nuevamente al presentarse como candidato a la alcaldía de Purificación, su querido pueblo. Volvió a perder pero, lejos de desanimarse, lo tomó como una experiencia de la que era necesario aprender.

Fue gobernador del Tolima por designación del presidente Barco. En el corto período que estuvo, reestructuró la gobernación, introdujo el uso de computadores personales para mejorar la gestión y diseñó una estrategia de gobierno descentralizado en seis subregiones que hoy en día siguen usándose como base para la planeación del desarrollo del Departamento.

Eduardo fue muy sensible a los problemas sociales, especialmente la pobreza. Comprendió que la educación era necesaria pero no suficiente para impulsar el desarrollo regional. Por esa razón, planteó en la primera misión de sabios la necesidad de crear una red de Institutos de Innovación Regional que impulsaran el desarrollo de capacidades locales articulando programas de formación técnica y tecnológica con el mejoramiento de procesos productivos, así como formar a jóvenes en habilidades para impulsar emprendimientos localmente.

Cuatro años después de que la propuesta se incluyera en el informe de la Misión, Eduardo creó el Innovar en Purificación con apoyo de la Universidad de Ibagué. Este fue su proyecto más querido al que le dedicó la mayor parte de su tiempo y de recursos propios en sus últimos años. Tal vez el mejor homenaje a Eduardo sea concretar un proyecto sostenible que permita consolidar su sueño del Innovar.  

Como forma de vida y de trabajo colaborativo defendió e impulsó la praxis de la conversación. Era un conversador exquisito cuyas conversaciones giraban alrededor de ideas y no de personas. Fue a través de múltiples conversaciones que concretó muchas de sus ideas: la creación del Instituto SER, la creación de Colciencias, el desarrollo del programa OVOP y la puesta en marcha del Innovar, para mencionar las más relevantes.

Como dije al comienzo nunca fui su alumno, pero aprendí constantemente de él. Cómo extraño esas conversaciones con Eduardo en su oficina, en la cafetería de estudiantes, en Casa Vieja. Allí le escuché expresiones que sintetizaban su forma de pensar y actuar. Debemos aprender a mirar el mundo a través de los ojos de los otros, pero también debemos verlo por donde no lo están viendo los demás. Pensar globalmente y actuar localmente no era una simple frase de cajón era su propia manera de aproximarse a problemas locales. Por eso estaba siempre conectado con lo que pasaba en otras latitudes. Por eso, la aparición de Internet fue tan importante para él. Alguna vez le escuché a su hija Maristella que antes de viajar a visitarla a su casa en Washington llamaba y le preguntaba si el Internet estaba funcionando.

Fue un espíritu libre, sin ataduras intelectuales, pero coherente en la posición respetuosa y crítica que asumía frente a propuestas con las que no estaba de acuerdo. Tal vez por esta coherencia agradeció, pero declinó por escrito, la invitación que la rectoría le hizo a los profesores eméritos para escribir un texto sobre cómo se imaginaban los Andes al cumplir su centenario. Sugirió, en cambio, propiciar espacios recurrentes de conversación en los que estos profesores y otros que quisieran unirse, abordaran abierta y críticamente los problemas y posibilidades de futuro de la Universidad, para construir acuerdos que pudieran movilizar la universidad en la búsqueda permanente de su rumbo. Aunque insistía en la necesidad de soñar un sueño imposible, afirmaba que lo importante era construir con otros el camino en esa dirección. Lo esencial, como en el poema de Kavafis sobre Ithaca no es llegar, es el disfrute de caminar el camino que se construye al andar, como lo expresara Machado.

Como ven, Eduardo Aldana fue un ingeniero Uniandino que encarnó como ninguno nuestro lema de siempre ir más allá del deber.

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