La prensa bajo fuego

Las convulsiones geopolíticas plagadas de excéntricos y temerarios personajes que protagonizan la esfera pública, han puesto en primer plano la censura y la utilización del poder político o económico como armas aparentemente infalibles en un pulso entre el silencio y la verdad.
Periodistas a los que se les retiran credenciales para su ejercicio por resultar incómodos para un gobierno respetuoso de las libertades en el norte del continente y dictadores que retienen a reporteros, confiscando su material en regímenes socialistas, terminan poniéndolos a ambos en un mismo plato de la balanza, más allá de que quieran marcar sus propias distancias.
Este panorama no escapa a las realidades nacionales o locales.
Esta semana El Tiempo anunció el fin de la producción audiovisual y salida del aire de su canal de televisión.
En voz de sus comunicadores quedó en el ambiente un sinsabor frente a lo que los inversionistas y en su interpretación las audiencias esperan de quienes nos hemos preparado para ser alguaciles de la información.
Advertía una de las figuras más representativas de ese canal en una nostálgica despedida que el ejercicio de este oficio pareciera reducirse a la inmediatez y las emociones, dejando de lado la máxima según la cual la mejor noticia no es la que se da primero si no la que mejor se da.
Al acoso judicial, el chantaje de la pauta, el cerco político y la persecución de actores armados se suma entonces un obstáculo más para cumplir la tarea, competir con las tendencias, la tecnología y los ciudadanos prosumer (productores y consumidores de información).
Y así, como arena entre los dedos, se van escapando víctimas de esa abrumadora modernidad, valores elementales del periodismo: verificación, independencia, historias bien contadas, para abrir una peligrosa grieta hacia el engaño, la confusión, las noticias falsas que laceran y erosionan la capacidad de formar opinión pública calificada.
Aunque es tiempo de hacer actos de contricción y reconocer que en medio de los agites de la cotidianidad, en las realidades del hacer que no se aprenden en las facultades de periodismo, el gremio ha podido descuidar por momentos su deber con la ética y el rigor, tampoco se puede terminar incriminando al periodista como la causa de todos los males.
Al contrario, es mucho lo que la sociedad liberal le debe al buen periodismo, defensor de causas comunes, catalizador de hechos de corrupción e injusticias y garante del ejercicio del poder en todas sus formas, preceptos que los periodistas han pagado con sangre, defendiéndolos con su propia vida.
Hoy en medio de la crisis de credibilidad que afrontan medios masivos y periodistas, en ese torrente de acusaciones muchas veces infundadas, fake news incluso con fuentes oficiales y un marcado déficit de periodistas propiciado por salarios bajos y futuros laborales inciertos, no hay otro camino que la llave ciudadanos-reporteros para dar oxígeno al que gabo llamara el mejor oficio del mundo y desde una mirada autocrítica y retrospectiva, reencontrarse con los valores, la esencia y responsabilidad que acompañan la tarea de comunicar.