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La energía en Colombia: un lujo que empobrece

En Colombia, encender un bombillo se ha convertido en un lujo. Un reciente estudio de la firma Energy Master, presentado en el Energy Master Summit 2025, reveló que nuestro país tiene la electricidad más cara de América Latina, con un incremento acumulado cercano al 68 % en la última década.
Imagen
José Monroy
Crédito
Ecos del Combeima
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7 Sep 2025 - 7:04 COT por José Adrián Monroy

En concreto, el precio de la electricidad en Colombia aumentó un 68 % en moneda local, pasando de cerca de $465 pesos por kWh en 2015 a aproximadamente $780 pesos por kWh en 2025. Para ser más específico con los datos, la electricidad en Colombia es incluso más costosa que en Estados Unidos (USD 0,135/kWh, unos 537 pesos), una economía con estándares de vida y de infraestructura muy superiores.

La contradicción es evidente. Con una matriz energética dominada en un 70 % por hidroeléctricas y con una creciente inversión en energías renovables, Colombia debería tener una posición privilegiada. Sin embargo, una mezcla de ineficiencia regulatoria, altos costos de transmisión, subsidios cruzados e impuestos encubiertos termina trasladando a los hogares y empresas una factura cada vez más cara.

El impacto económico es doble. Por un lado, las familias de ingresos medios y bajos sienten el golpe directamente: según el DANE, el gasto en servicios públicos representa entre el 12 % y el 18 % de los ingresos de un hogar de clase media, lo que reduce recursos disponibles para alimentación, educación y ahorro. Por otro lado, las empresas manufactureras han manifestado que pierden competitividad frente a países donde producir es más barato, lo que frena la inversión y encarece los productos nacionales. No es casualidad que Colombia ocupe el último lugar en competitividad fiscal dentro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico -  OCDE -.

El CEO de Energy Master, Alejandro Ramírez, lo resumió con crudeza: el costo de la energía en Colombia se ha convertido en un “nuevo impuesto silencioso a la competitividad”. Y tiene razón. El país está hipotecando su capacidad productiva y afectando directamente la calidad de vida de millones de ciudadanos.


La discusión no puede seguir posponiéndose. Se necesita una reforma tarifaria — no tributaria — estructural, que revise la forma en cómo se calculan y distribuyen los costos. También urge acelerar la transición hacia energías renovables no convencionales, solar y eólica, que diversifiquen la matriz y reduzcan la dependencia de hidroeléctricas vulnerables a fenómenos climáticos como El Niño.

Así las cosas, en un país con abundantes recursos hídricos, solares y eólicos, resulta inaceptable que la electricidad sea un factor de empobrecimiento. Si no se toman decisiones de fondo, Colombia seguirá siendo un país rico en el papel y con un enorme potencial, pero pobre en la prestación de una energía justa.

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