Más allá del fallido Jamming Festival
Todos los ibaguereños nos alegramos hace varios meses cuando se conoció la noticia sobre la realización de un mega festival musical en nuestra ciudad. No solo por el gran cartel de artistas de talla internacional que se presentarían, sino por su impacto en la encomia local en tiempos de reactivación. Hoteleros, dueños de restaurantes y comercio en general hicieron cuentas y además preparativos para poder albergar y atender a un considerable número de turistas nacionales y extranjeros que para el puente de marzo arribarían a Ibagué.
Sin embargo, a la par que crecía la expectativa y se acercaba el día, los organizadores del evento daban pistas del fracaso que se avecinaba. Las especulaciones eran de todos los tamaños y la zozobra empezó a ensombrecer la organización del evento. La venta de boletas avanzaba rápidamente y a pesar de no contar con la confinación de muchas de las bandas internacionales, las vendían con presurosa sospecha. Semanas después varios artistas cancelaron su participación y a través de escuetos comunicados la organización del evento ofrecía flacas explicaciones.
En las redes oficiales del evento se sostenía que el Jammig Festival era una realidad y que no tenía riesgo alguno de ser cancelado, tanto así que mostraron la nueva programación y los artistas que se presentarían el puente festivo. Pero nuevamente una andanada de retiro de artistas y de problemas en la adecuación del lugar y el sonido ponía en tela de juicio su realización. Mientras tanto la ciudad se preparaba para recibir a miles de turistas, la expectativa era grande y las cuentas de ganancias alegraban a los comerciantes locales.
Pero lo que se veía venir con temor se hizo realidad. Este viernes los organizadores confirmaron la cancelación del evento por razones de fuerza mayor, como lo anotaron en el comunicado. El festival nació sin aire, es decir la inexperiencia e irresponsabilidad de los organizadores no soportó más. Un evento de tal magnitud requiere una organización fuerte, seria, con unas finanzas sólidas y con los contactos necesarios para confirmar a los artistas que se ofrecían en el cartel.
Con una ocupación hotelera del 100% la ciudad se quedó vestida y alborotada. Los que compraron las boletas, costosas por demás, ahora se preguntan quiénes y cómo les devolverán el dinero. La expectativa de los comerciantes se aguó y las cuentas se quedaron como ilusiones. Hasta el momento de publicación de la publicación de esta columna, la reacción de las Secretarías de Cultura y Desarrollo Económico ha sido nula frente a los miles de turistas que llegaron para el festival y están desprogramados.
Entendemos que es un evento de organización privada, pero ante esta situación el sector público se debe activar y ofrecer una agenda que beneficie a los restaurantes, comerciantes y a los visitantes. Además, que los empresarios organizadores del evento den la cara y entreguen las explicaciones reales sobre la debacle del evento.